domingo, 8 de noviembre de 2009

Mañana 20º aniversario de la caida del muro de Berlín.

Una confusión abatió el muro.

Ni conspiraciones, ni tramas policíacas... Su caída fue fruto de la casualidad y del hastío.
J. M. MARTÍ FONT

A primera hora de la mañana del 9 de noviembre de 1989, en Berlín Oriental, tres altos cargos de los servicios aduaneros de la República Democrática Alemana (RDA) se reunían con el encargado de la Unidad de Control de Pasaportes, Gerhard Lauter, en su despacho, para redactar, por orden del Ministerio del Interior, una normativa de viajes que debía permitir salir legalmente a los ciudadanos que querían abandonar el país de forma "permanente" y que hasta la fecha lo estaban haciendo a través de los países vecinos, hermanos socialistas.

De aquella reunión de trabajo salió un enorme enredo que, antes de que acabara el día, había derrumbado literalmente el muro que dividía la ciudad y dinamitado el mundo bipolar surgido de la II Guerra Mundial. No fue una conspiración. Ni la CIA ni el KGB ni la Stasi estaban al corriente. Fue lo más parecido a una comedia.

Egon Krenz, el hombre que había sustituido al irreductible Erich Honecker al frente de la RDA, tenía prisa. El Gobierno de Checoslovaquia se disponía a cerrar su frontera con la RDA porque el desfile, por su territorio, de los alemanes del Este que escapaban a Occidente estaba desestabilizando el sistema. Krenz les dejaría pasar a la República Federal de Alemania (RFA) por la frontera, pero en un viaje sólo de ida.

El semanario Der Spiegel ha localizado a los "cuatro comunistas" involuntarios causantes del tsunami. Con Lauter se encuentran el coronel Hans Joachim Krüger, el coronel Udo Lemme y el general Gotthard Hubrich. El régimen se desmorona. Comentan la situación y critican abiertamente al Gobierno. Están hartos de las incoherencias de sus líderes a quienes ya ni temen ni respetan. Eso de que se permita salir a los "malos ciudadanos" y en cambio no se autorice a viajar a quienes quieren quedarse, les parece injusto. Así que se ponen de acuerdo para incluir algunas modificaciones. "Se podrán realizar viajes privados al extranjero sin condición previa", escriben. "Las autorizaciones serán concedidas con rapidez y las denegaciones sólo serán posibles en casos excepcionales", añaden.

No creen que el documento salga adelante, pero el papel hace su viaje a través de la burocracia del partido: el chófer de Lauter lleva un ejemplar al Comité Central del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) -que está reunido- y otro a la sede del Consejo de Ministros, porque teóricamente sus 44 miembros tienen que aprobarlo. En una pausa, Krenz lo muestra a algunos de los presentes. Todos creen que se trata de lo que habían acordado dos días antes. Alguien pregunta si los soviéticos están de acuerdo. "Sí", dice Krenz. El embajador Kotschemasov también da su visto bueno con idéntico argumento.

A las 16.00, Krenz toma la palabra, reconoce que el principal problema es "el de los viajes", que Checoslovaquia va a cerrar la frontera y lee el documento. Pero cuando llega al párrafo sobre los "viajes privados" no parece darse cuenta de lo que implica. Nadie de los presentes presta atención a la parrafada del jefe. Luego entrega el papel a Günter Schabowski, miembro del Politburó del SED y encargado de las relaciones con los medios de comunicación, que tiene prevista una comparecencia en el Centro de Prensa Internacional (IPZ) de la Mohrenstrasse con los periodistas extranjeros.

La sala está llena. Schabowski no dice nada concreto. Se trata de ganar tiempo. Al final, el corresponsal de la agencia ANSA Riccardo Ehrman pregunta por la prometida reglamentación de "viajes".

Schabowski se acuerda del papel que tiene en el bolsillo. Balbucea: "Queremos... por medio de una serie de cambios, incluida la ley de viajes, abrir la oportunidad para que la gente... para viajar a donde quieran...". Asegura que se ha regulado la "salida permanente" de la República. "Hemos decidido hoy implementar una regulación que permite a cualquier ciudadano de la RDA abandonar la RDA a través de cualquiera de los pasos fronterizos", dice.

El revuelo en la sala es mayúsculo. Llueven las preguntas. ¿Cómo? ¿Con qué documento? ¿Cuándo? Schabowski, obviamente confuso, se pone las gafas, hurga en su bolsillo, saca el papel y lee: "Las aplicaciones para viajar al extranjero ya no necesitarán los requerimientos exigidos anteriormente y las autorizaciones se concederán en poco tiempo, las razones para denegarlas sólo se aplicarán en casos excepcionales". "Los departamentos responsables tienen instrucciones para otorgar visados para salida permanente sin restricciones", añade.

La sala es una algarabía. ¿Con pasaporte?, pregunta alguien. Schabowski sigue leyendo: "La salida permanente es posible a través de los puestos fronterizos entre la RDA y la RFA... pero no puedo responder sobre los pasaportes, es una cuestión técnica, para que todo el mundo tenga pasaporte primero habrá que distribuirlos...".

¿Y cuándo entra en efecto? La mirada de perplejidad de Schabowski lo dice todo. "Esto entra en efecto, según mi información, inmediatamente, sin más demora". La salida "permanente" puede efectuarse por todos los pasos fronterizos, precisa, lo que también incluye Berlín.

Muchos periodistas ya se han levantado y salen corriendo para informar a sus medios: "El muro de Berlín ha caído". La intervención de Schabowski está siendo retransmitida en directo por la televisión de la RDA. Las agencias empiezan a difundir la noticia. A las 20.00 horas, el Tagesschau, el telediario de la primera cadena de la RFA, abre con el titular: La RDA abre las fronteras.

A esa hora los primeros curiosos, de forma muy prudente, empiezan a llegar a los pasos fronterizos. En el puesto de la Bornholmerstrasse está de guardia el teniente de la Stasi Harald Jäger, que poco antes ha escuchado con incredulidad la intervención de Schabowski, y ordena a sus hombres que expliquen a la gente que hace falta un visado. Pero poco a poco va llegando más y más gente. Lo mismo ocurre en los puestos fronterizos de la Bernauerstrasse y en el Checkpoint Charlie. "Schabowski ha dicho que se puede pasar inmediatamente", les dicen a los guardias.

En el edificio del Zentralkomitee la jornada se cierra con una discusión sobre el futuro del socialismo. Todos se despiden y se van a sus casas. Los miembros de la oligarquía de la RDA no se enteran, ni hacen nada. El primero de todos ellos, Krenz actúa por inacción: en algún momento se va a dormir, dice que no le molesten y deja correr las cosas.


Hacia las 21.00, frente al puesto de la Bornholmerstrasse ya hay una cola de coches de más de un kilómetro y miles de personas amontonadas contra el muro. Jäger está desesperado, no sabe qué hacer. Llama una y otra vez a sus superiores, pero no recibe ninguna orden. Llama a los otros puestos fronterizos y comprende que les han dejado solos. Es consciente de que el empleo de la fuerza puede causar una matanza y decide aplicar el principio de la ventillösung (válvula de escape): dejar pasar a los más alterados y sellarles el pasaporte para que no puedan volver. Es un error. La noticia ha corrido como la pólvora. La gente ya no da marcha atrás.

En un momento dado, algunos de los que han salido quieren volver a casa. Jäger llama a todos los agentes del puesto a su despacho y les propone tres alternativas: esperar, dejar la decisión al Ejército o subir las barreras y dejar pasar a todo el mundo de forma descontrolada. Son las 23.25 y para entonces al menos 20.000 personas gritan frente a su garita que abra la frontera. Cinco minutos más tarde, sin recibir orden alguna, sube la barrera. La gente pasa en masa al otro lado. En el Checkpoint Charlie sucede otro tanto de lo mismo. Ha sido necesario levantar un muro de acero para impedir que los berlineses occidentales entraran en la RDA. Súbitamente se abre el paso. Todos los demás puestos siguen el ejemplo. A media noche la frontera está completamente abierta. Por la avenida Unter den Linden la gente marcha hacia la puerta de Brandemburgo, un lugar prohibido para unos y otros. Desde Occidente una muchedumbre escala la pared y se pone a bailar sobre el muro. Por el Este llegan cientos de ciudadanos. Una tanqueta con agua a presión intenta vaciar el espacio, pero no funciona. El pequeño chorrito es el mejor ejemplo de la impotencia del sistema. Es la noche de todas las emociones, la noche de los ojos iluminados. Los berlineses cruzan de un lado a otro, la pesadilla ha terminado.

Relato original: El País.

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