sábado, 26 de junio de 2010

¿Qué es hoy ser progre?

Por definición, el progresista defiende una opción política y sigue un determinado estilo de vida. Sin embargo, hoy en día esta etiqueta es cada vez más confusa y contradictoria. ¿Qué quiere decir en la actualidad "ir de progre"?


PIERGIORGIO M. SANDRI | 26/06/2010 | Actualizada a las 03:31h | 

¿Se acuerdan? Se les podía reconocer con cierta facilidad, por su pelo largo, su americana de pana y su barba (estos dos últimos aspectos en el caso de los hombres, claro), y, en caso de requerirlas, sus gafas redondas. Sus gustos musicales –cantautores de canción protesta o determinado tipo de rock—y sus lecturas o su cine basado en películas comprometidas con temas de denuncia social los hacían también fácilmente identificables. Y, por encima de todo, lo que los hacía inconfundibles eran sus aspiraciones políticas en un momento en que lo que se llevaba… eran las aspiraciones políticas.

Posición política

Históricamente, el progresista se definía de izquierdas. Pero, a nivel político, ser de izquierdas ha dejado de ser condición esencial del progresismo. Entre otras cosas, porque el concepto mismo de izquierda se ha devaluado un tanto. "Con el tiempo, la izquierda ha ido aceptando la ortodoxia económica más conservadora, y la derecha, a su vez, ha ido incorporando en su ideología ciertos derechos civiles y sociales", matiza Julián Santamaría, presidente de Noxa Consulting. Teóricamente, en los momentos de crisis económicas como la fase actual, las recetas progresistas deberían recobrar su validez y el progre, como miembro de esta categoría, vivir una segunda juventud. 

En efecto, contra los abusos y el desenfreno del capitalismo, desde muchos sectores se ha hecho llamamiento a una mayor intervención de los poderes públicos para corregir los excesos de los años anteriores. De acuerdo con un estudio de Fusda (Fundación por la Socialdemocracia de las Américas), el progresismo del siglo XXI ha de defender "el gobierno de la economía global, la gestión ecológica del planeta, la regulación del poder corporativo, el control de las guerras y el fomento de la democracia internacional". Sin embargo –ahí está otra paradoja–, la izquierda está en crisis en Italia, Francia y Alemania. Y en España los sondeos la dan como perdedora. 

Ernst Hillebrand, prestigioso politólogo internacional, en un reciente artículo reconocía: "el Espíritu de la época parece inclinarse hacia posiciones más conservadoras y los partidos de centroizquierda de muchos países de Europa occidental se encuentran distanciados de una parte sustancial de su electorado tradicional". Aún así, su conclusión es esperanzadora: "Hay claros indicios de que, en tiempos de creciente incertidumbre, muchas personas prefieren un Estado fuerte y activo". Tal vez el progre aún tenga algo que decir.

Eran lo que llamaríamos hoy una tribu urbana: los progres. Surgieron en los últimos años del franquismo y los primeros de la transición. Para los que no vivieran aquellos años o para quienes hayan olvidado su existencia, se trataba de personas pertenecientes a familias de clase media o media alta, de izquierdas (o de ultraizquierda según el caso), con inquietudes intelectuales, reivindicaciones de clase (obrera, aunque eso no siempre encajase con su declaración de la renta), y en sintonía, (con menor o mayor conocimiento de causa) con el Mayo francés. Ser progre era lo másin, aunque esto supusiera tener como ídolos unas figuras discutidas como el Che, Fidel Castro o Salvador Allende. En esa época una generación joven pasó a asumir un protagonismo inesperado en nuestro país, ya que con la transición se prejubiló la anterior vinculada al régimen. La lista de los adeptos era larga, muy larga. 

Su enemigo, en aquel entonces, era claro: la derecha pura y dura, la dictadura y el imperalismo estadounidense (económico y militar). Les gustaban las tertulias en bares más o menos clandestinos, soñaban con un mundo mejor. De hecho, soñaban con cambiar el mundo en que vivían. ¿Qué queda hoy de los progres? ¿Aún hay personas que se pueden denominar así? Si los hay, ¿son los antiguos o son sus herederos? Y lo más importante, ¿qué quiere decir hoy ser progre? 

El tiempo ha pasado y las ideas que se defendían en los albores de la transición española hoy en día han quedado desfasadas. Por ejemplo, los progres españoles de la época no querían casarse, defendían el sexo libre e impulsaron el divorcio. Por lo que se refiere a ese aspecto, su lucha ha terminado. Ahora el conjunto de la sociedad tiene asumidos estos valores como normales. Ya no es necesario, como entonces, predicar un cambio de modelo porque gran parte de este cambio... ya se ha producido.

Al mismo tiempo, el bienestar económico se ha instalado y la democracia se ha consolidado. El comunismo ha dejado de ser un referente y un objetivo que alcanzar.

"Los progres de entonces creían que el mundo en el que vivían podía transformarse. Creían que había una alternativa. Hoy, después de la caída del Muro, esta connotación del progresismo se ha esfumado. Como diría Fuyukama, estamos en el fin de la historia. El modelo progresista no ha tenido más remedio que evolucionar hacia un reformismo de corte ecologista. Ahora no se trata de luchar contra el capitalismo, sino, como mucho, de defenderse de él, de resistir", apunta Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona.

Como resultado de esta evolución, el ciudadano progresista hoy se ha quedado descolocado y un poco huérfano. "Yo también me defino progre… pero ahora tampoco sé muy bien qué quiere decir esta palabra. Mis hijas me dicen: "Para ser progre eres demasiado a la antigua: ¡no consumes!"", bromea el reputado sociólogo de la Universidad de Navarra Mario Gaviria, 72 años. Según Rafael Díaz Salazar, profesor de sociología de la Universidad Complutense de Madrid, "el progre tiene un componente narcisista. En el fondo, nunca ha sido vinculado a la izquierda más militante y ahora se ha convertido en un pequeño burgués. En el mundo de hoy, es una categoría que se está quedando obsoleta", advierte.

Primera conclusión: el progre, o, mejor dicho, aquel progre de chaqueta de pana, se ha extinguido o ha caducado debido al paso del tiempo. Nació en unas circunstancias sociales muy peculiares y, tal vez, irrepetibles. 

¿Su antigua ideología permanece hoy en otras formas o en otros grupos sociales? En parte sí. Aquel espíritu reivindicativo, por muy ingenuo que fuera, ahora se ha impregnado de nuevas esencias y programas. "Si el hecho de ser progre fuese una simple moda, entonces los progresistas podrían desparecer. Pero yo creo que ser progresista todavía tiene un contenido político concreto: respuesta ante las injusticias y desigualdades que no paran de aumentar en la sociedad y en la lucha contra la precariedad", sostiene Cruz. "El auténtico progresista defiende las pensiones públicas frente a fondos de pensiones, el seguro por desempleo en lugar de cursillos de formación, la sanidad pública en lugar de la mutua, la educación pública en lugar de los colegios privados", añade.

"Digamos que hasta el telón de acero existía una versión progresista basada en la Unión Soviética. Ahora, si tuviéramos que hacer realidad esta utopía, la encontraríamos en las socialdemocracias nórdicas: típico de las sociedades protestantes. El progre a la vikinga, para entendernos. Y esto se caracteriza por la igualdad de la mujer, pacifismo y calidad de la educación pública", dice Gaviria. En su opinión, "hoy en día el progre es quien defiende el Estado. Su lema es libertad, igualdad y seguridad social. El auténtico progre es quien paga sus impuestos sin rechistar para exigir que los servicios públicos sean de calidad. No quiere menos Estado, como los liberales, sino un Estado que funcione".

A su vez, los jóvenes han tomado las riendas de las antiguas batallas de sus padres. Si bien los hijos de los progres de antaño no parecen defender las mismas ideas que la generación anterior, han heredado el mismo espíritu crítico. En el fondo, los miembros de movimientos de protesta, antisistema o antiglobalización, como sus papás, aspiran a mejorar la sociedad en la que viven. Lo que ocurre es que utilizan plataformas distintas. Han sustituido la lucha política, la militancia en los partidos y la propaganda por otros movimientos. Mientras los progres de la transición concebían la política como una forma de resistencia y de libertad, ahora los colectivos juveniles optan por lanzar convocatorias a través de SMS y a montar las concentraciones mediante páginas web. La política tradicional está fuera de sus intereses y la creciente abstención es prueba de su desencanto. "A los jóvenes de ahora no les interesa la política de los partidos, que con su estructura y burocracia son entidades cerradas. Se sienten más satisfechos y encuentran más gratificaciones en otro tipo de plataformas, como las ONG, las redes sociales, donde creen que su acción acaba siendo más efectiva", indicaJulián Santamaría, profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid y presidente del Instituto Noxa Consulting.

Segunda conclusión: las nuevas generaciones se parecen poco al progre de la transición. Aunque puedan haber heredado su antiguo espíritu de lucha, sus reivindaciones ahora se centran en otros temas, como el ecologismo, la igualdad, el pacifismo –esencias del nuevo progresismo– y se llevan a cabo a través de plataformas muy diferentes, más espontáneas y menos organizadas.

Queda un último aspecto por resolver. ¿Qué papel desempeñan hoy los progres de hace casi cuarenta años? ¿Qué ha sido de ellos? Los protagonistas de aquella etapa han tenido que adaptarse a un nuevo contexto y algunos de ellos no lo han tenido fácil. Su influencia en la sociedad ha ido de más a menos. Después de ver como el mundo cambiaba a su alrededor, el progre ha tenido que enfrentarse a la contradicción intrínseca entre su ideario político y su tipo de vida. Era un proceso ya visible en los años setenta y ahora posiblemente lo sea más.

Algún ejemplo: ¿se puede defender que hay cambio climático y circular con un coche de gran cilindrada? ¿Predicar la sociedad multiétnica y prohibir el burka? ¿Apoyar las bodas homosexuales y enviar a los hijos a un colegio religioso? ¿Movilizarse en contra de la energía nuclear y pedir ayudas a la industria automovilística? ¿Defender la seguridad social y especular en bolsa? ¿Luchar a favor del divorcio exprés y pedir subvenciones públicas a la familia?

Estas paradojas han alimentado la conocida (y controvertida) figura del llamado pijo progreo, como dicen los franceses, del bobó (burgués y bohemio, –según terminología de David Brook–) o, en el idioma anglosajón radical chic (según una expresión creada por el escritor Tom Wolfe). La palabra progre ha pasado a tener una connotación casi despectiva. Estas contradicciones (de la llamada gauche caviar) han inspirado incluso un género literario basado más en la sátira social que en el pensamiento político. En Mester de Progresía (Ed. Almuzara), Francisco Robles escribe con cierto sarcasmo: "Ahora es más progre un tapiz étnico comprado en algún mercadillo peruano que un grabado neoyorquino, la decoración minimalista que el entramado barroquizante, una maceta de marihuana que un arriate de geranios".

En Cómo convertirse en un icono progre (Ed. Libroslibres), Pablo Molina, con mucho sentido del humor, carga contra las figuras más mediáticas del progresismo a nivel mundial. Molina cita, por ejemplo, el caso de los músicos irlandeses de U2. "El grupo de Bono, conocido entre otras cosas por sus continuos alegatos a favor de la redistribución de la riqueza planetaria, ha trasladado su residencia a los Países Bajos desde su Irlanda natal, con el fin de disfrutar de un régimen fiscal más liviano". Según Molina, la antigua lucha contra de las desigualdades sociales tampoco parece ser muy creíble, cuando entre sus inspiradores destaca el director de cine Michael Moore, "quien a pesar de vivir en un apartamento lujoso de Manhattan y llevar un tren de vida propio de un millonario, habla incesantemente en nombre de la clase trabajadora". 

El profesor Manuel Cruz, no obstante, rompe una lanza a favor de los viejos progres (que, como los rockeros, en el fondo, nunca mueren). "Siempre ha habido ciertos sectores de la población que, en contra de su origen social, por razones ideales o simplemente de estética, han apoyado ideas que no pertenecían a su ambiente. Si todos tuviésemos que comportarnos en función de nuestra casta social, sería un poco una esclavitud", apunta.

No hay que olvidar que en el otro frente ideológico y político, los conservadores, también existen contradicciones: los que van a misa y se divorcian, los liberales que predican menos Estado pero que no renuncian a las subvenciones… En este sentido, Francisco Robles en su libro deja abierto un matiz: "Si existe un catálogo de progres, ¿por qué no abordar en un futuro próximo el mester de pijería? El tiempo, que todo lo cura y todo lo mata, pondrá a cada progre en su sitio. Y a cada pijo también". 

Llegamos así a la tercera y última conclusión: aunque haya sido ridiculizado por ciertos sectores, el auténtico progre fue un reflejo de la época convulsa que le tocó vivir. Aunque hoy parezca contradictoria, su forma pensar no fue (y no es) mucho más incoherente que la de la mayoría de los seres humanos. Por progresistas o conservadores que sean.

Recuerdos de una época

Los progres en la España de la transición, han tenido en el curso de los años que modificar su agenda y poner al día los objetivos y sus formas de lucha. "Yo en aquella época era apolítico. No me interesaba la política. Veía que eso de ser progre era una trampa. El tiempo me ha dado la razón: toda esta gente se ha profesionalizado, ha ocupado puestos de la Administración; se han convertido en funcionarios y no han cambiado nada. De ahí que se haya producido una gran distancia entre los gobernantes y sus ciudadanos. Ellos hacen comedia, pero no se preocupan por nosotros", acusa Manuel Adelantado, 56 años, físico, ingeniero de telecomunicaciones y miembros de Ecologistas en Acció de Catalunya.

En su opinión, la categoría de progre tal como se entendió en aquel entonces ha quedado desfasada porque han emergido nuevos problemas. "Ahora, a diferencia del pasado, la situación económica es más grave. Y, por supuesto, está el problema ecológico, del que antes apenas se hablaba", explica. Incluso la manera de reivindicar ha cambiado. "En la actualidad, las fuentes de información son distintas y uno puede escabullirse de los medios de comunicación tradicionales. Asimismo, la difusión de las ideas es diferente. Antes teníamos que repartir folletos a mano para dar a conocer nuestras ideas". Según Adelantado, el ecologismo ha pasado a convertirse en la batalla del nuevo progresismo. "Las economías liberales han fomentado con su búsqueda de beneficio esta situación insostenible".

¿La izquierda actual es la respuesta? "No sé si el progre de ahora es de izquierdas, aunque ecología e izquierda siempre se han dado la mano", señala. Jaime Pastor, profesor de Ciencias Políticas de la Uned, 64 años, de formación marxista, es de los progres que se han mantenido coherentes con sus ideas. "A finales de los años setenta ser progre era la seña de identidad de la gente que había sido antifranquista. Tenía sentido como alternativa al conservadurismo", recuerda. Pero, con el transcurrir de los años, esta unión entre los progresistas ha ido tambaleándose. "Esta gente ha empezado a experimentar un notable ascenso material o de mejora de su estatus. Se ha convertido liberal en lo económico y progresista en lo cultural. En sí misma, como adjetivo, la categoría de progre puede decirse superada", explica Pastor.

"Pero otro sector, entre el que yo me incluyo, ha radicalizado su discurso original. Yo creo que hay que luchar para un cambio de valores, en contra de la sociedad consumista. La caída del sistema soviético demostró que el comunismo no era una alternativa. Pero hay que seguir buscándola. Los progresistas ahora tienen que ser los pionieros culturales para construir esta otra realidad. Yo mantengo una cierta actitud de rebelión y de no resignación. El punto de confluencia entre los progresistas de entonces y los de ahora se encuentra en el movimiento antiglobalización. No hay que volver al Estado de bienestar, sino aspirar al ecosocialismo y dar nuevos significados a lo que fue el feminismo y el antimilitarismo", concluye Pastor, un progre del siglo XX y… XXI.

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